Etiopía en Bicicleta from gtrevice on Vimeo.
27 días en Etiopía
Viaje al Valle del Omo en bicicleta en 17 días (1300 Km) para visitar las tribus del Sur en un recorrido por Adís Abeba, Alen Tena, Lago Ziway, lago Langano, lago Abijiata, lago Awasa, Shashemene , Sodo, Arba Mich, lago Abaya, lago Chamo, Konso, woyto, Konso, Jinka , Key Afer, Dimeka, Turmi. Visitando a Los Mursi, Karo, Hamer y Danasech. Los 9 días restantes los utilicé para ver el Norte después de dejar mi bici en Addis Abeba. En esta segunda parte viaje en autobuses y coches colectivos En el Norte visité Bahar dar, el lago Tana y sus monasterios, las cataratas del Nilo Azul, las Iglesias de Lalibela y los castillos de Gondar.El autobús que salía de la Paz dirección Uyuni salio a las 8 de la tarde. Me esperaban 9 o diez horas de viaje.
EDUCACIÓN FÍSICA Y MÁS
domingo, 13 de mayo de 2018
domingo, 18 de mayo de 2014
domingo, 13 de octubre de 2013
miércoles, 7 de agosto de 2013
Perú-Bolivia en bicicleta
32 días por Perú y Bolivia. 4 de ellos por el Amazonas peruano y el resto en bicicleta 1777 maravillosos Km por los Andes, glaciares y pampa peruanos, el lago Titicaca e islas, los altiplanos y salares bolivianos, sus gentes y encantadoras poblaciones y ciudades...
domingo, 26 de mayo de 2013
sábado, 9 de marzo de 2013
viernes, 11 de enero de 2013
Moonwalk de Bryan Smith y Dean Porter
Moonwalk from Bryan Smith on Vimeo.
En Cathedral Peak (Yosemite- California) el escalador Dean Potter con la colaboración del cámara de Bryan Smith consiguen estas bellísimas imágenes. El efecto de la luna grande se consigue gravando desde más de un kilómetro y medio de distancia, con un objetivo Canon de 800 mm y un duplicador ×2.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
viernes, 19 de octubre de 2012
viernes, 10 de agosto de 2012
sábado, 28 de julio de 2012
sábado, 28 de abril de 2012
lunes, 16 de abril de 2012
viernes, 13 de abril de 2012
Correr, placer intelectual
Dejo aquí un artículo del premio nobel de literatura 2010 Mario Vargas Llosa:
Correr, placer intelectual
Comencé a correr hace cinco años, cuando me di
cuenta de que mi único ejercicio diario consistía
en cruzar una docena de veces los cinco metros
que mediaban entre el escritorio y la cama. Un amigo
deportista me convenció de que los resultados
de ese régimen de vida serían la obesidad, para
empezar, y el ataque de miocardio para terminar,
pasando por variados anquilosamientos. Fue sobre
todo lo de la obesidad lo que me persuadió,
pues siempre he creído que la gordura es una enfermedad
mental. Corrí al principio en un estadio
que estaba cerca de mi casa. El primer día intenté
dar una vuelta a la pista de atletismo —cuatrocientos
metros— y tuve que pararme a la mitad,
asfixiado, con las sienes que reventaban y la certeza
de que iba a escupir el corazón. Poco a poco,
sin embargo, fui saliendo de ese estado físico
calamitoso y alcanzando los niveles aceptables
establecidos por un método conocido. Llegué a correr
1 600 m, en menos de ocho minutos. Corría
cuatro o cinco veces por semana, temprano y aunque
los primeros meses sentía un aburrimiento y
pereza, luego me fui acostumbrando, después apasionando
y ahora soy un adicto al deporte.
Los resultados de las carreras matutinas fueron
múltiples, todos benéficos. Es cierto que se trata
del más rápido sistema para adelgazar sin hacer
esas dietas que destrozan los nervios y ennegrecen
la vida y una cura fulminante contra el cigarrillo
—fumar y correr son vicios incompatibles—
y también que toda persona que corre se ríe a carcajadas
de los humanos que sufren de insomnio
o de estreñimiento porque duerme a pierna suelta
y tiene un estómago que funciona como reloj
suizo. Pero no son esos los principales méritos.
Superado ese periodo inicial en que el cuerpo se
pone en condiciones y adapta la rutina, correr deja
de ser algo que se hace por obligación, terapia,
vanidad, etcétera, y se convierte en un formidable
entrenamiento, en un placer que, a diferencia
de los otros, casi no exige riesgo ni causa estropicios.
Aunque las cosas han cambiado algo, todavía
subyace en nuestros países la convicción de
que los seres humanos se dividen en inteligentes
y deportistas, que el desarrollo de la mente exige,
o poco menos, el sacrificio del cuerpo (y viceversa).
Este fantástico prejuicio llevó a cabo, en
efecto, una disociación real. Desde hace siglos,
en Occidente, el hombre es orientado desde la cuna
en una dirección o en la otra, al extremo de que
ha llegado a tener cierta justificación el que los
atletas piensan en los intelectuales como unos risibles
mamarrachos físicos y el que para estos
aquellos carezcan de sesos. Reintegrar esos dos
aspectos de la experiencia humana, que nunca debieron
escindirse, es una de las cosas que están
por hacerse. Costará trabajo, pero hay indicios —
a medida que las pistas, parques, playas, carreteras
se llenan de corredores— de que no es imposible.
Tarde o temprano la gente tendrá que convencerse
que, como leer un gran libro, correr —o
nadar, patear una pelota, jugar al tenis— es, también,
una fuente de conocimiento, un combustible
para las ideas y un cómplice de la imaginación.
Mario Vargas Llosa, Diario El País (julio, 1979)
Correr, placer intelectual
Comencé a correr hace cinco años, cuando me di
cuenta de que mi único ejercicio diario consistía
en cruzar una docena de veces los cinco metros
que mediaban entre el escritorio y la cama. Un amigo
deportista me convenció de que los resultados
de ese régimen de vida serían la obesidad, para
empezar, y el ataque de miocardio para terminar,
pasando por variados anquilosamientos. Fue sobre
todo lo de la obesidad lo que me persuadió,
pues siempre he creído que la gordura es una enfermedad
mental. Corrí al principio en un estadio
que estaba cerca de mi casa. El primer día intenté
dar una vuelta a la pista de atletismo —cuatrocientos
metros— y tuve que pararme a la mitad,
asfixiado, con las sienes que reventaban y la certeza
de que iba a escupir el corazón. Poco a poco,
sin embargo, fui saliendo de ese estado físico
calamitoso y alcanzando los niveles aceptables
establecidos por un método conocido. Llegué a correr
1 600 m, en menos de ocho minutos. Corría
cuatro o cinco veces por semana, temprano y aunque
los primeros meses sentía un aburrimiento y
pereza, luego me fui acostumbrando, después apasionando
y ahora soy un adicto al deporte.
Los resultados de las carreras matutinas fueron
múltiples, todos benéficos. Es cierto que se trata
del más rápido sistema para adelgazar sin hacer
esas dietas que destrozan los nervios y ennegrecen
la vida y una cura fulminante contra el cigarrillo
—fumar y correr son vicios incompatibles—
y también que toda persona que corre se ríe a carcajadas
de los humanos que sufren de insomnio
o de estreñimiento porque duerme a pierna suelta
y tiene un estómago que funciona como reloj
suizo. Pero no son esos los principales méritos.
Superado ese periodo inicial en que el cuerpo se
pone en condiciones y adapta la rutina, correr deja
de ser algo que se hace por obligación, terapia,
vanidad, etcétera, y se convierte en un formidable
entrenamiento, en un placer que, a diferencia
de los otros, casi no exige riesgo ni causa estropicios.
Aunque las cosas han cambiado algo, todavía
subyace en nuestros países la convicción de
que los seres humanos se dividen en inteligentes
y deportistas, que el desarrollo de la mente exige,
o poco menos, el sacrificio del cuerpo (y viceversa).
Este fantástico prejuicio llevó a cabo, en
efecto, una disociación real. Desde hace siglos,
en Occidente, el hombre es orientado desde la cuna
en una dirección o en la otra, al extremo de que
ha llegado a tener cierta justificación el que los
atletas piensan en los intelectuales como unos risibles
mamarrachos físicos y el que para estos
aquellos carezcan de sesos. Reintegrar esos dos
aspectos de la experiencia humana, que nunca debieron
escindirse, es una de las cosas que están
por hacerse. Costará trabajo, pero hay indicios —
a medida que las pistas, parques, playas, carreteras
se llenan de corredores— de que no es imposible.
Tarde o temprano la gente tendrá que convencerse
que, como leer un gran libro, correr —o
nadar, patear una pelota, jugar al tenis— es, también,
una fuente de conocimiento, un combustible
para las ideas y un cómplice de la imaginación.
Mario Vargas Llosa, Diario El País (julio, 1979)
lunes, 19 de marzo de 2012
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