viernes, 13 de abril de 2012

Correr, placer intelectual

Dejo aquí un artículo del premio nobel de literatura 2010 Mario Vargas Llosa:

Correr, placer intelectual

Comencé a correr hace cinco años, cuando me di

cuenta de que mi único ejercicio diario consistía

en cruzar una docena de veces los cinco metros

que mediaban entre el escritorio y la cama. Un amigo

deportista me convenció de que los resultados

de ese régimen de vida serían la obesidad, para

empezar, y el ataque de miocardio para terminar,

pasando por variados anquilosamientos. Fue sobre

todo lo de la obesidad lo que me persuadió,

pues siempre he creído que la gordura es una enfermedad

mental. Corrí al principio en un estadio

que estaba cerca de mi casa. El primer día intenté

dar una vuelta a la pista de atletismo —cuatrocientos

metros— y tuve que pararme a la mitad,

asfixiado, con las sienes que reventaban y la certeza

de que iba a escupir el corazón. Poco a poco,

sin embargo, fui saliendo de ese estado físico

calamitoso y alcanzando los niveles aceptables

establecidos por un método conocido. Llegué a correr

1 600 m, en menos de ocho minutos. Corría

cuatro o cinco veces por semana, temprano y aunque

los primeros meses sentía un aburrimiento y

pereza, luego me fui acostumbrando, después apasionando

y ahora soy un adicto al deporte.

Los resultados de las carreras matutinas fueron

múltiples, todos benéficos. Es cierto que se trata

del más rápido sistema para adelgazar sin hacer

esas dietas que destrozan los nervios y ennegrecen

la vida y una cura fulminante contra el cigarrillo

—fumar y correr son vicios incompatibles—

y también que toda persona que corre se ríe a carcajadas

de los humanos que sufren de insomnio

o de estreñimiento porque duerme a pierna suelta

y tiene un estómago que funciona como reloj

suizo. Pero no son esos los principales méritos.

Superado ese periodo inicial en que el cuerpo se

pone en condiciones y adapta la rutina, correr deja

de ser algo que se hace por obligación, terapia,

vanidad, etcétera, y se convierte en un formidable

entrenamiento, en un placer que, a diferencia

de los otros, casi no exige riesgo ni causa estropicios.

Aunque las cosas han cambiado algo, todavía

subyace en nuestros países la convicción de

que los seres humanos se dividen en inteligentes

y deportistas, que el desarrollo de la mente exige,

o poco menos, el sacrificio del cuerpo (y viceversa).

Este fantástico prejuicio llevó a cabo, en

efecto, una disociación real. Desde hace siglos,

en Occidente, el hombre es orientado desde la cuna

en una dirección o en la otra, al extremo de que

ha llegado a tener cierta justificación el que los

atletas piensan en los intelectuales como unos risibles

mamarrachos físicos y el que para estos

aquellos carezcan de sesos. Reintegrar esos dos

aspectos de la experiencia humana, que nunca debieron

escindirse, es una de las cosas que están

por hacerse. Costará trabajo, pero hay indicios —

a medida que las pistas, parques, playas, carreteras

se llenan de corredores— de que no es imposible.

Tarde o temprano la gente tendrá que convencerse

que, como leer un gran libro, correr —o

nadar, patear una pelota, jugar al tenis— es, también,

una fuente de conocimiento, un combustible

para las ideas y un cómplice de la imaginación.

Mario Vargas Llosa, Diario El País (julio, 1979)

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