jueves, 17 de febrero de 2011
El estrés competitivo en edad escolar. Transferencia a la vida ordinaria.
No son pocas las ocasiones en que los pequeños en edad escolar deben afrontar competiciones deportivas. Normalmente los nervios que afloran son asumibles por los niños, sobre todo en deportes de equipo o en niños que no se exigirán demasiado en la competición. Pero de vez en cuando aparecen niños que si tienen problemas de estrés previo a la competición, suelen aparecer en deportes individuales sobre todo y en deportistas muy exigentes consigo mismos y capaces de sobrepasar los umbrales del dolor un poco más allá de los demás.
En el caso que nos ocupa me centraré en el atletismo y en concreto en carreras de cross, por ser el caso que más he observado de cerca.
Es curioso como los niños de entre 8 y 11 años pueden padecer los efectos del estrés competitivo como algo angustiante. No es una cuestión a obviar ya que en algunos casos se vive con tal tensión que incluso pueden rehusar ir a la competición o darse el caso de vomitar de tanta presión.
Normalmente los acuciados de este problema son casi siempre los mejores atletas.
En otros deportes esto no ocurre, sobre todo en los de equipo donde se diluye el esfuerzo y la responsabilidad entre varios. Pero en atletismo no te puedes esconder, si además es una prueba de fondo el sufrimiento está asegurado. Cuando hablo de sufrimiento me refiero a un sufrimiento con mayúsculas, a un autentico dolor, sobre todo entre aquellos niños exigentes consigo mismos y ganadores por naturaleza. En realidad cuando declinan ir a una competición se están protegiendo contra si mismos, ya que si compiten son capaces de darlo todo, saben que se esforzarán al máximo y sufrirán muchísimo. Huelen el miedo y el dolor como el caballo de carreras del hipódromo que se niega a salir. Puedo asegurar que si se pudiera transportar el dolor que siente un ganador - no un atleta de élite sino un simple niño en una competición-a una persona sentada en un sofá, esta empezaría a aullar. El deporte ayuda a que ese dolor con el tiempo transite por tu cuerpo como si no existiera. La tolerancia al dolor es tan grande que una persona entrenada tiene un control extraordinario de su cuerpo y sobre todo su mente.
En esas condiciones de estrés es bueno dejar que el niño decida y si no quiere ir porque se ve sobrepasado por el estrés, no hay problema. Siempre le tendremos en la siguiente carrera liberado de presiones y con menos tensión, porque entre otras cosas sabe que es libre. Aun así conviene desdramatizar y como suelo decirles, "aquí se viene a disfrutar", no hay gente disparando balas a escopetazo limpio al que falle". Pueden fallar y deben fallar para aprender.
Con el tiempo el niño gestiona ese estrés enorme y es él quien domina la situación, convirtiendo los nervios en algo positivo, que le dan ese punto a favor de tono muscular y nervioso antes de la competición.
Como siempre el deporte tiene grandes trasferencias con la vida ordinaria. Cuando uno se prepara para cualquier situación crítica debe dar lo mejor de si mismo, pero si la presión te puede estarás por debajo de tu capacidad. De nada vale tener un potencial de 9 en selectividad si la presión te reduce la nota a 7. La vida es una constante exigencia y hay que aprender a gestionar el estrés.
El deporte ayuda enormemente a enfrentar al individuo a situaciones paralelas a la vida. Aprende a perder, a veces tardan en ello, pero no hay más remedio que encajar derrotas, por lo que se prepara para las propias derrotas de la vida, siempre habrá alguna. Pero eso también se puede gestionar positivamente.
Otras veces tocará saber ganar, con discreción sin apabullamientos al rival y sin alardes innecesarios que humillen al contrario.
En ocasiones veremos que los hay mejores y por ello pueden tener privilegios. O que debemos acatar normas aunque no nos gusten y puedan estar dictaminadas por alguien que se equivoca. Aprendiendo a parar el juego cuando alguien sufre y encaminarnos por el camino de la empatía que tanto escasea.
Como vemos, la competición y el juego es la vida misma, asimilando derrotas y victorias, normas y reglas, aprendiendo de los propios errores y escuchando algún reproche bien orientado de los demás de vez en cuando.
Yo sé perder, yo sé encajar, yo sé ganar y sé sufrir y respetar, sobrevivir y madrugar, y sé luchar y trabajar y levantarme al fracasar. Y sé vivir.
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